En el mundo en el que vivimos estamos acostumbrados a identificar objetos, o incluso técnicas, como “tecnología” y hacemos uso de dicha tecnología. Un ejemplo sencillo, la telefonía móvil, el transporte en coches, internet, etc. Sin embargo, no siempre somos conscientes de dónde nacen los conceptos que hacen que toda esa tecnología funcione. Lo explica el experto en innovación de la FPCT-ULPGC y técnico de la Red CIDE Artemis Rivero.
En el mundo en el que vivimos estamos acostumbrados a identificar objetos, o incluso técnicas, como “tecnología” y hacemos uso de dicha tecnología. Un ejemplo sencillo, la telefonía móvil, el transporte en coches, internet, etc. Sin embargo, no siempre somos conscientes de dónde nacen los conceptos que hacen que toda esa tecnología funcione. Quizás hayamos oído hablar de la I+D+i, pero no siempre sabemos exactamente en qué consiste, o cómo se hace. Pues bien, de momento, comentaremos que se trata de un motor de progreso que nos vendría bien conocer. De hecho, ese es uno de los objetivos de la Red CIDE, iniciativa del Gobierno de Canarias que busca acercar la innovación a toda la sociedad canaria, especialmente a las empresas e instituciones.
Vayamos por partes.
Si pensamos en el proceso desde que el ser humano empieza a entender cómo funciona determinado proceso en la naturaleza hasta que somos capaces de usar ese conocimiento en algún aspecto práctico como un proceso más o menos continuo, podemos asimilarlo a “cocinar” una serie de ingredientes y llevarlos a una mesa, si nos permiten el símil. También podemos entender este paso de “la cocina a la mesa” como que el uso del conocimiento a veces tiene un fin económico y se incorpora a una cadena de valor en la que hay otros muchos eslabones que van desde la identificación de los temas de investigación hasta la compra por el usuario final del producto que incorpora el conocimiento generado. De momento, las frases anteriores suenan muy académicas y complejas, no se preocupe, iremos desgranando todo en explicaciones sencillas.
En el párrafo anterior hay varios puntos en los que merece la pena detenerse, pero los veremos en diferentes artículos. En primer lugar, veamos cuál es el proceso por el que se obtiene conocimiento en la actividad investigadora. Desde sus inicios, la humanidad ha buscado conocer el funcionamiento del mundo, y para ello ha utilizado diferentes métodos. A medida que dichos métodos han ido evolucionando, ha aparecido el concepto de “método científico”. Dicho método científico no es más que una serie ordenada de pasos empleados en la producción de este conocimiento, con la restricción de que los conocimientos obtenidos sean “confiables”. Hablábamos al principio de este artículo de la I+D+i. Pues bien, esto que acabamos de mencionar vendría a ser la primera “I”, es decir, la investigación.
Hablamos de “investigación” cuando partimos de una idea u observación sobre algo que no entendemos, elaboramos una hipótesis que explique eso que no entendemos, elaboramos una serie de pruebas, experimentos, que nos permitan comprobar si la hipótesis sirve o no y terminamos con algo parecido a “pues resulta que este fenómeno es así y se explica de esta manera”. Lo que hace la comunidad científica, básicamente. Es habitual terminar con publicaciones en revistas especializadas “de impacto”. Este tipo de trabajo, la investigación, tiene sus propias formas de funcionar, de llevarse a cabo. Por ejemplo, puede ser que el proceso de investigación no llegue a ningún resultado relevante (no se sorprenda, la investigación más básica se enfrenta a incógnitas, y el camino hasta obtener conocimiento suele estar salpicado con muchos pequeños fracasos intermedios). Puede pasar también que del resultado de estas investigaciones puedan derivarse nuevos productos, pero puede pasar que el proceso hasta llegar a ese producto sea bastante largo, lo explicaremos en otras entradas. Este panorama es así en todos lados: en el CERN, en Europa, o en la NASA, en USA, por poner dos ejemplos.
Una parte del propio método científico implica compartir los hallazgos científicos con el resto de la comunidad científica, para lo cual existen las publicaciones en revistas especializadas. Las revistas más fiables son aquellas que, antes de publicar cualquier artículo, lo someten a la llamada “revisión por pares”. Es decir, otros investigadores, no vinculados a los autores del artículo, revisan que la metodología sea correcta, que los resultados sean plausibles, etc. De esta manera, tenemos otro filtro más para asegurar la fiabilidad de lo publicado.
¿Y cómo sigue el proceso, una vez publicado un hallazgo? Normalmente, un hallazgo científico suele llevar a otras investigaciones nuevas, donde se profundiza en aspectos que no se explicaron en el anterior proyecto, o cuestiones nuevas que surgen.
¿Y si un resultado de investigación pudiera resolver un problema técnico? ¿Cómo llega ese hallazgo a “la calle”? Volvamos atrás. Obtenemos un nuevo conocimiento. Se escribe una publicación (o varias). Se difunde el escrito. Otras personas en la comunidad investigadora lo leen y pueden basarse en ese escrito para continuar con el proceso de obtención de conocimiento. Pero en ningún momento hemos hablado de que ese conocimiento se tenga que usar necesariamente para construir algo que pueda usar alguien. Más fácil de ver. En este enlace pueden ver ejemplos de artículos que siguen este proceso, en este caso sobre geodesia, por poner una temática.
Estos artículos no están pensados para que alguien construya, por poner otro ejemplo, una máquina que mida el radio de la Tierra. Tampoco se habla de que esa hipotética máquina pueda usarse por alguien diferente de los propios inventores en unas condiciones muy determinadas, como en el propio laboratorio. Que exista una versión de la máquina disponible para el público. Para eso, hay que abrir una serie de procesos nuevos. Si seguimos hablando de I+D+i, tendríamos que adentrarnos en el mundo de la “D” y la “i”, es decir, el “desarrollo” y la “innovación”. En próximos artículos veremos otros detalles sobre estos procesos.
Esta entrada es una colaboración del experto en innovación de la FPCT-ULPGC y técnico de la Red CIDE Artemis Rivero González
Artemis Rivero González
Técnico Tipo 1: CIDE de Apoyo Tecnológico y Transferencia desde 2014 en la Fundación Canaria Parque Científico Tecnológico de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Ingeniero Industrial, su trayectoria profesional ha pivotado desde la vigilancia tecnológica, donde trabajara como Coordinador del Observatorio sobre Innovación en el Sector Turístico, pasando por la gestión de diversos proyectos de promoción de la innovación, hacia la transferencia de tecnología en la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, donde diseña estrategias para la difusión y comercialización de tecnologías, así como el contacto con el sector empresarial y la búsqueda de financiación para la valorización de tecnologías. Artemis Rivero se considera interesado no solo en la tecnología, sino en la ciencia como disciplina que dar a conocer al público, así como alguien polivalente y abierto a las artes y con gran curiosidad.